Mantener secos los pies no es un mero asunto de vanidad, es una cuestión práctica, incluso vital.
Los ejércitos de todos los tiempos han debido lidiar con este problema logístico. Más bajas ha provocado el pié de atleta, las lesiones de tobillo, las uñas encarnadas y los pies entumecidos por el frío que todas las flechas y balas disparadas desde los albores de la civilización.
Por lo tanto referirse a ellos no es un tema frívolo, el mal olor en los pies puede ser muy molesto pero además podría tratarse del inicio de calamidades mayores.
Y ya sabemos que por la herradura que no se clavó bien no llegó el jinete ni el mensaje.
Si debemos remediarlo lo ideal es asearse, secarse y cambiarse los calcetines y el calzado.
Sin embargo se ha visto, en muchas oportunidades, que algunos creyendo que bastando con cambiar los calcetines es suficiente y así han procedido.
Usted me dirá que mi ejemplo es tan idiota que esto está pareciendo una columna de opinión de algún laureado jurisconsulto liberal, iré a los hechos.
A mediados de los noventa un olor pestilente emanaba de nuestro sistema de justicia, sólo la avifauna adaptada fenotípicamente a la habitualidad de las heces o a la carroña conseguían mantenerse compuestos. Erguidos, en la medida de lo posible, sin desmayarse, vomitar o huir despavoridos, departían hieráticos un Nescafé en vaso plástico amarillento, hasta su sánguche se zampaban mientras el olor nauseabundo manaba de los pies del palacio de los tribunales.
Haciendo sus tranzas, discutiendo una que otra provinciana leguleyada aliñada de corteses ademanes, tan anacrónicos como innecesarios, no consideraban la imperiosa necesidad de dinamitar el edificio junto a todos los presentes.
Pero esa necesidad era objetiva, al igual que el olor a patas que se sentía a varias cuadras a la redonda.
Las tranzas concertacionistas, estas conseguidas sin nescafé ni vasos plásticos amarillentos ¡Cuanto exilio viejito! Nos llevaron directo al motel Nevada junto al Águila Calva que nos había bombardeado la Moneda el 73′. NAFTA, se llamaba la pomá, y un estudiado semblante de orgullo destellaba de las retinas de los políticos nacionales que nos amarraban de pies y manos para que el gigante del norte nos destripara.
Pero los gringos repararon en que si algo sucedía, alguna cagadita del hijo de alguno de sus gerentes carreteando, algún lío de amantes fuera de control, una colisión a deshoras, ese ejecutivo yanqui se tendría que bancar ese olor nauseabundo y negociar con la avifauna dedicada a tiempo completo a mordisquear los restos de dignidad que no eran disueltos por los jugos gástricos de nuestra corte suprema.
Dijeron basta, llamaron a Soledad Alvear, fijaron reunión y llegaron con carpetas.
Ustedes deben cambiar su sistema procesal penal por uno que al menos parezca justo, sabemos que la sociedad chilena está hecha mierda, pero la gringa también, pero una cosa es que esto sea el purgatorio y otra muy diferente que huela como sandalia de legionario.
Dicho y hecho, se cambió el sistema procesal penal que teníamos por el que usted ya conoce, ese que tiene presos políticos pero cacarea de ser la mayor realización de la civilización cristiana occidental.
El que ve mucha tele dirá que el sistema procesal no es tal malo, lo que pasa es que los policías son muy pencas, muy corruptos, desmesurádamente faloperos y que por eso la cosa no repunta, dicen.
Pero esto no es así, cuando me senté al teclado no lo hice con el afán de que me llovieran solicitudes de amistad y que la pantalla se enrojeciera de tanto corazoncito enviado por los lectores. Lo hice por un asunto práctico e higiénico, necesario e impostergable.
Lo que sucedió en ese entonces es que, pudiendo, lavarse los patas, echarse talquito, cortarse las uñitas, comprarse calcetines de algodón, ponerse sus güenos zapatos de cuero, recién sacados de la cajita y envueltos en papel de mantequilla, se optó por cambiar los calcetines y ya. Sin lavarse las patas, sin cortarse las uñas, sin secarse, sin talquito.
Eso fue nuestra cacareada reforma procesal penal, así que no se haga el sorprendido por el olor a patas que se siente por toda la comarca y de cómo la avifauna que se pensó extinta es la encargada de tomarse un cafecito de marca gringa con vasito de cartón y zamparse un brauni, como si nada, cuando la peste es tan severa que ya ni las palomas se acercan al palacio de los tribunales.
He escuchado a algunos diciendo que se debe recurrir al talco, un acuerdo nacional por el talco mentolado han dicho los demás.
Lo cierto es que por mientras las patas de la justicia expiden un olor nauseabundo, al punto que la venda se usa de mascarilla y la espada para corretear a las moscas, algunos genios se han tomado el proceso constituyente como una oportunidad de hacer cambios sustantivos. En el barrio Meiggs los han visto cotizando calcetines, otros han dicho que en Alonso de Córdova hay una mejor calcetinería.
Lo de empezar por lavarse las patitas brilla por su ausencia entre la larga lista de propuestas.— PITONIZO ■