El gomero

Los infames siempre encuentran la manera de hacerse pasar por idiotas.

Albert Speer era un arquitecto de talento más bien modesto, que por ventura encontró en la megalomanía hitleriana un campo fértil para pasar por talentoso. Ciertamente que entre las moles de mal gusto que los especuladores inmobiliarios que actualmente destruyen los paisajes urbanos, el mal gusto de Speer pasa por decente, pero esos edificios, esa vuelta a lo clásico estaba determinado por una posición ideológica específica, y una destinación también muy pronunciada, que hacía arquitectura para los que serían enzalsados como prohombres y para los pobres las sobras.

Como sea, de aplaudido arquitecto escaló posiciones a tal punto que para 1942 se le otorgó el Ministerio de pertrechos y armamento, lo que hoy podría ser parte de Economía. Su aparente eficiencia en procurarse de materiales le había llevado a ese puesto.


Sentado en el banquillo de los genocidas, Speer juró y rejuró que lo suyo era un mero cargo técnico, un auténtico godínez mexicano destinado a mirar números y procurar partidas presupuestarias para que no faltara nada a la misión, reprobada, pero justa, de hacer la guerra.

Quería pasar por tonto útil, por gomero.

Juró y rejuró no haber sabido nada de un holocausto judío, de campos de concentración, de represaliados políticos, de redes de represión política paneuropeas fascistas. El tribunal de Nuremberg le creyó.

Purgó pocos años en la cárcel, escribió falseadas memorias y coqueteó con la posibilidad de llevar su historia a Hollywood. Su jactancia de haber sido un eficiente tonto útil fue también su perdición; sometida al mentís, rápidamente surgió la evidencia de que Speer conoció la política de exterminio aplicada por la extrema derecha europea aupada en los nazis, que conoció los campos de concentración, procuró su financiamiento, su logística y el suministro de artefactos de exterminio, y que dictó un discurso en uno de ellos para aleonar al funcionariato exterminador, a la sombra de Himmler, su superior directo. Su plan de limpieza de imagen propiciada por Hollywood se iba al garete. La cosa juzgada impedía incorporar los nuevos antecedentes; Nuremberg ya había sido suficiente excepción a los principios del viejo y bueno derecho penal liberal para romper otra regla.


El tonto útil, el no sabía qué se hacía, el yo estaba allí simplemente, el gomero desorientado es una figura ampliamente retratada por el arte y por una de sus ramas en la literatura, la sátira. Al cine llegó como “Being there”, que se puede traducir como “Simplemente estaba allí”, el más sucinto pero completo resumen de la trama; un individuo con severos problemas cognitivos, no se sabe bien si por falta de contacto con el exterior por el régimen de semiesclavitud en que fue admitido a la protección de su “amo”, o porque derechamente la biología se ensañó con un niño que de otro modo estaría destinado a comer de la basura en el Bronx, termina la narración como el más seguro candidato a la presidencia de los Estados Unidos, y todo por accidente, en una interpretación que a Peter Sellers le debería haber valido un Oscar, si es que ese premio realmente se otorgara con el criterio de pesar el talento frente a la cámara.


Gomeros conocemos varios, pero el más vergonzoso se encuentra hoy demasiado cerca. Se coloca como un objeto decorativo, en modo negacionismo, imponiendo una narrativa que los medios de comunicación adictos a la noche y los monstruos replican sin cuestionamientos. Se lo ve con la mirada perdida, dando sustancia a unas estrategias que seguramente fueron delineadas por su antecesor, recientemente sancionado con lo que debía ser su exclusión de la vida política por cinco años y que el excesivo legalismo local ha logrado degradar a simplemente no percibir salario por cargos públicos por cinco años. La policía no es un grupo paramilitar fuera de ley que aplica la violencia desmedida en función de sus simpatías políticas corporativas, sino la recta, proporcionada y legítima labor de mantención del orden público. Por más que los heridos, que se acumulan cada noche en los hospitales implorando por detener hemorragias y explicaciones a una cada vez más parcializada fiscalía, puedan dar cuenta de lo contrario.


Si el Sistema internacional de derechos humanos instalado después de la segunda guerra mundial, y reforzado aún más tras la caída de los experimentos socialistas sirve de algo, el Gomero debería enfrentar la justicia internacional. Por mucho que haya terminado por retirarse por la vergüenza de sacrificar el botín de la dictadura, los fondos de pensiones, su responsabilidad persiste. Advertidos debemos de estar que intentará, probablemente, la defensa Speer. A no creerle. ― E. NANO.


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