Crónicas de un macabeo (y III)

Yo siempre he sido un agradecido de la vida: tengo un buen trabajo y una bella familia. Sin embargo ahora estoy un poquito complicado. En mi trabajo la carga es cada vez mayor y cuesta equilibrar la vida familiar con la laboral: El discurso oficial es que por motivo de la pandemia se han visto forzados a despedir gente, y además de eso hay menos personal trabajando por todos los contagios. El gerente hace reuniones periódicas donde nos dice que toda la responsabilidad de cuidarse es de uno, que cuidemos el trabajo (amenaza velada) y que está muy preocupado porque hacer elecciones es malo para la economía y, por otro lado, está el temor a la violencia. Después de referirse al aumento de casos no escatima en elogios al gobierno por su manejo durante estos años. Claramente es de esa gente que considera que su visión es técnica e imparcial y apolítica, así como sus chistes machistas o racistas son solo chistes de los cuales uno debe reirse por respeto a su autoridad.
Como es de esperar de alguien tan criterioso, ha aprovechado por todos los medios de presionar a sus teletrabajadores, incluso podría atreverme a insinuar que le ha agarrado cierto gusto, pese a que por principio se opone a que no tengamos que exponernos al contagio porque según él así activamos la economía. Como economista encuentro que se perdió algunos años de estudio en alguna botella, pero por otro lado, estudió en la misma universidad de los Ministros que tantas alegrías han causado a la población.
Como no he podido tomarme vacaciones, me sugirieron tomarme una semana. Mi amada esposa se alegró lo indecible cuando le di la noticia de que tenía planeado hacer arreglos en la casa, de esa forma podía salir a disfrutar en algún lugar lujoso del litoral central. Lo que literalmente fue imposible al estrellarse con la realidad el manejo del gobierno que tanto elogia el Gerente, así que los deseos de mi esposa e hija quedaron en el mismo basurero que la idea de ayudar a la economía de alguien con mayores ingresos que yo, comprando cosas a sobre precio.
Obligado a dedicarme a hacer los mentados arreglos.
Mi hija está contenta de verme trabajar en la casa: debo decir que sus ataques de risa y sus ojos brillantes me enternecen de tal forma que compensan el dolor por las caídas de la escalera o las veces que me martilleo el dedo. Es que además de ser torpe, suena el teléfono a cada rato y me distraigo cuando mi señora me grita que le diga a mi jefe que deje de llamar.
Trato de calmarla mientras me vendo el brazo: “Mira amor, si me tiras las herramientas no te puedo prestar atención, además la niña está quedándose sin aliento de tanta risa”. Como es en el fondo una persona racional y comprensiva me da cinco segundos para explicarle.
“No voy a poner el teléfono en silencio porque estoy esperando que llegue el resto de los materiales y porque me produce cierto placer saber lo desesperado que está mi jefe, quien debe estar preocupado porque alguien haga el trabajo por el cual le pagan cinco veces mi sueldo” Yo igual lo comprendo, dado que gran parte de su trabajo es el trabajo de su propio jefe, quien debe tener al gerente en los talones para terminar esos informes importantísimos que hay que presentar en el directorio.
El amor de mi vida no sabe con quién empatizar hasta que mi linda hija me da un abrazo cariñoso frotándome mi herida espalda. Le doy un tierno beso en la frente y me doy vuelta para seguir con mis labores convencido que si no tengo el respeto que me merezco en el trabajo, al menos tengo mi bello hogar donde me tratan con deferencia y donde siempre puedo escuchar las carcajadas de mi hija y señora quienes comparten un momento de complicidad all ver pegado en mi espalda un cartel que reza “SOY UN IMBÉCIL”.


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