Una derrota monumental

En la más tierna infancia conseguimos distinguir entre lo real y lo ficticio: desde entonces habitamos en ambas dimensiones. Lo ficticio es un mundo, o una parte ficticia del mundo, que posee reglas, al igual que lo real. Utilizamos la metáfora, la ironía o el sarcasmo como puentes entre ambas dimensiones, en última instancia lo onírico es el hilo de plata. El humor, el arte, la retórica horadan túneles que los interconectan. Quedarse en uno de esos mundos en exclusivo es juzgado como una patología psiquiátrica en la adultez.
Algo pasa con los fascistas: su pensamiento concreto es aparente. Solemos cometer el error de creer que los fachos razonan del mismo modo en que un paco redacta un parte policial. Sin embargo el fascismo cotidiano consiste en un razonamiento concreto dentro de un mundo fantástico.
El facho es como un gnomo gruñón dedicado a la burocracia y el control del orden público de un mundo lisérgico paralelo. Lo que resulta extraño es que logren comunicarse entre ellos partiendo desde supuestos tan extravagantes como imposibles de verificar en la realidad.
Es cierto que los fachos nos recuerdan ciertas características que asociamos a la infancia. Pero ocurre que en ninguna niñez, pese a lo sombría y dolorosa que suela ser esa etapa para una parte importante de los nacidos en Chile, se vive neuróticamente en la fantasía.
Los niños que sufren se alojan en lo fantástico. Construyen allí un espacio de libertad. Cuidado entonces con llamar infantiles a los fascistas: su mundo de fantasía es oscuro, perverso y opresivo. En el juego aburrido al que te están invitando serás el esclavo o el detenido desaparecido.
Los fachos, a diferencia de los niños de 3 años, viven en una fantasía que a la vez es la realidad, con armas de verdad. Nos parecen niños por las rabietas que nos hacen cada vez que los separamos de sus juguetes. Pero no son infantes: son hueones viejos y peludos, necesitados de hacer ruido, echar humo, subir lanchas de fibra de vidrio a carros de arraste, bajarlas en el lago Rapel, camioneta grande mal estacionada, cobertor de vinilo en la pick up, asolearse, fotografiarse, ruido otra vez, motos de agua, armas, huella de carbono, contaminación acústica, casas de asbesto sidding simulando tablas de madera de pino radiata, banderas de nailon confeccionadas en China y monumentos de bronce repintadas con ese color caca con que les gusta embadurnar todo. Para el fascista ese amasijo de bronce no representa a un facho culiao del pasado: ES EL GENERAL BAQUEDANO.
Y el asunto es aún peor, pues ese mundo opresivo de fantasía coloca a ciertos humanos por encima de los demás y a determinadas cosas por sobre cualquier humano.
Una cruz de palo, una bandera de nailon, un semáforo, un muro intervenido por artistas, una estatua que no se dedicó a ese general maletero que se farreaba a los conscriptos forzados que se secuestraban en la zona central de Chile que los mandaban al frente a bayonetazos; ese que se enriqueció en la “Frontera”, que dejó huellas sangrientas en la Araucanía, y que le soldaron un bigote para que se pareciera al informado por los icaritos de su época. Tonelada y media de bronce es Baquedano, y Baquedano uno de los Avengers, así lo piensan, así lo sienten.
Carecen de la capacidad de distinguir entre un hecho y un símbolo. Si fuera así podrían darse cuenta del monumental papel de sacos de huevas que personifican en este momento.
El hecho consiste en retirar la chatarra para que suelden las cani-llas del caballo del soldado de plomo para que deje de bambolear sus caderas, algo simple, como cuando sacan un parquímetro para repintarlo o porque se le quedó atascada una moneda de quinientos; o es el Daewoo racer de la esquina que retira la muni porque les afea el paisaje. Sin embargo han hecho de este tercer retiro la batalla decisiva; al viejo chico del caballo, los huevos del águila. Y están perdiendo.
Por más que pongan a la chatarra a custodiar la tumba del piloto de Hawker hunter desconocido que bombardeó La Moneda en el Regimiento cocos acorazados de meimportaunpico, para allá viajen en procesión todo ese hueonaje de pantalones dockers y polera piqué bien planchada, con su coro de peliteñidas al son de los viejos estandartes, nada les devolverá la sensación de indemnidad e impunidad que insuflaba su pecho hasta hace unas horas.
Porque sus juguetes ya no están ordenaditos en el lugar en que ellos los dejaron.
Porque además, tan idiotas no son: saben que al sacar el bronce, el general Baquedano quedará reducido a escoria.
Los fachos no son niños, no se fugan a un mundo de fantasía, quieren que nosotros seamos sus cosas, sus juguetes, en su mundo opresivo de película mala.
La devoción que sienten por sus cosas no es la afección que tienen las guaguas por su chupete, no es comparable al cariño que le tienen a su triciclo. Es perversidad, es psicopatía, es fetichismo.
En tiempos en que asistimos a la lucha definitiva entre la vida y la muerte no olvidemos quién es quién en esta historia. El fascismo no ama, ni está por la vida, los sentimientos más profundos que pueden tener son los de posesión, propiedad y dominio, lo deseado, para ellos, siempre será un objeto. Si es inerte y representa algo muerto mucho mejor.
A veces el triunfo consiste en quitarle algo importante al enemigo: eso que para nosotros podría ser irrelevante. Ellos hicieron de un percance una derrota monumental. Nuestro rol ineludible es reírnos a mandíbula batiente y magnificar lo del baquedano en retiro usando la infinita paleta de colores que disponemos por no ser como ellos. — PITONIZO ■


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